La liga femenina chilena tendrá su vigésima quinta edición este año todavía navegando en una incompleta profesionalización de parte de algunos clubes y condiciones de desarrollo de la actividad más cercano al amateurismo.
Chile es parte de la realidad de un fútbol sudamericano en el que solo el 46% de las jugadoras del continente posee un contrato laboral formal y apenas el 24% de las deportistas se dedica exclusivamente a jugar fútbol, según un estudio liderado por FIFPro Sudamérica en colaboración con sindicatos de la región.
El congreso aprobó en 2022 una ley que dio obligatoriedad a la profesionalización del fútbol femenino, pero al cabo de un año 35 de 36 clubes recibieron multas.
La mayoría de los clubes, tras una fiscalización, no cumplieron con varias disposiciones, entre ellas, tener a la mitad del plantel contratado como fue el caso de cinco clubes, una medida que está estipulada en la ley debe cumplirse en un ciento por ciento para el próximo año.
La mayoría de las futbolistas no recibieron más que un salario mínimo mensual que ronda los 470 mil pesos chilenos (poco más de 500 dólares) durante la pasada temporada.
Pero las jugadoras chilenas, aunque siguen luchando por alcanzar todas las mejoras pendientes, prefieren ver el vaso medio lleno.
Así, la liga femenina se iniciará con la participación de 13 equipos, cinco de regiones fuera de Santiago como Everton que regresa a la máxima categoría, Deportes Antofagasta, Coquimbo Unido, Deportes Iquique y Universidad de Concepción.
Se jugará en una primera rueda de todos contra todos, y una segunda dividida en dos grupos. Los seis primeros de la tabla definirán quiénes acceden a las semifinales y los siete restantes lucharán por no evadir los tres lugares reservados para el descenso. En noviembre, luego de la Copa Libertadores Femenina, se disputarán los ‘playoffs’ para definir al campeón en una final única.