Bolivia concluyó su participación en la Copa América Femenina de Ecuador con una humillante derrota (8-0) ante Colombia, en un partido que selló una de las campañas más desastrosas del torneo continental.
La Verde, dirigida por la entrenadora argentina Rosana Gómez, fue superada en todos los aspectos durante su paso por el Grupo B. El equipo nacional se despidió sin puntos, con cuatro derrotas consecutivas y una diferencia de gol alarmante: 25 tantos en contra y apenas uno a favor.
El debut ante Paraguay fue una muestra de lo que vendría, con un 0-4 que dejó en evidencia las fragilidades defensivas. Luego llegó el 0-6 ante una poderosa Brasil, seguido por un 7-1 frente a Venezuela —el único partido en el que Bolivia pudo anotar— y finalmente el 8-0 frente a Colombia, en un encuentro sin respuesta futbolística ni anímica.
Los números son lapidarios. Bolivia fue la selección más goleada del torneo, la que menos puntos sumó y la que mostró mayor debilidad táctica y física. A pesar de contar con una estratega con experiencia, como Rosana Gómez, el equipo nunca encontró una idea de juego clara ni logró competir en igualdad de condiciones.
Este nuevo fracaso reabre el debate sobre la precariedad del fútbol femenino en Bolivia, la falta de apoyo institucional, el escaso desarrollo de torneos locales competitivos y la urgente necesidad de un proceso serio y sostenido que permita reducir la brecha con el resto de las selecciones sudamericanas.
Mientras otras selecciones dan pasos firmes hacia la profesionalización, Bolivia continúa sumida en la improvisación y el olvido. La Copa América Femenina de Ecuador deja una lección dolorosa pero necesaria: sin estructura, inversión ni planificación, no hay futuro para el fútbol femenino boliviano.